Don David, una plática y un pensamiento profundo.
El
señor David Juárez , de casi 70 años, es un hombre respetable, simpático y
siempre sonriente; actualmente trabaja en un bici taxi tan viejo como la colonia en la que vivo, tiene un rostro que demuestra su calidez
humana y sencillez, sus ojos verdes me recuerdan a los de mi mamá, sus manos
están arrugadas y maltratadas, siempre usa en la cabeza una gorra azul (que
desentona con su atuendo) porque a él le gusta vestir ropa “formal”, siempre
anda de camisa, pantalón de vestir: café o negro y zapatos boleados; él dice
que andar presentable y dar una buena impresión lo es “todo” y por eso trata de
estar “aseado” para sus clientes.
Hace
dos años, el señor David perdió a su esposa, quien murió a causa de cáncer en
un pulmón, sus hijos y nietos no quisieron hacerse cargo de él y en un arranque
de enojo e indiferencia lo mandaron a
vivir a un asilo. David descorazonado no soporto vivir sólo y en condiciones
deplorables, puesto que en dicho asilo, lo maltrataban y no lo alimentaban
bien; decidido, logró escapar y busco ayuda con un viejo amigo de la infancia;
quien le consiguió un “trabajito” como carpintero, pero a los seis meses, le
detectaron Parkinson y tuvo que dejar de trabajar.
Con
una cara triste, en su bello rostro, David me cuenta que no quería ser una
carga para su amigo y busco otras fuentes de trabajo, estuvo un mes ayudando a
una señora a vender churros pero, la señora enfermo y dejó de trabajar; David
después consiguió el bici taxi y le gustó andar transportando a las persona; y
se nota; porque mientras vas a tu destino, te hace la plática de una manera tan
plena y amena que enseguida se gana tu confianza, incluso yo le he platico cosas de mi vida que no le platicaría a
cualquiera.
Entristece
aún más su rostro al recordar la muerte de su amigo y compañero hace apenas
unas semanas, don David dice que nunca lo olvidara y que, después de su esposa,
su querido amigo Roberto era “más que un amigo”, se volvió un “hermano”. Miré
sus ojos, una lagrima se asomó, no quise seguir, le di las gracias y él se
ofreció llevarme a mi casa, en el camino platicamos de cómo había cambiado la
colonia y al llegar a mi edificio me lleno de bendiciones y yo lo llene de
agradecimientos.
Arzate Ruiz Araceli.
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