lunes, 27 de mayo de 2013


Don David, una plática y un pensamiento profundo.
El señor David Juárez , de casi 70 años, es un hombre respetable, simpático y siempre sonriente; actualmente trabaja en un bici taxi tan viejo como  la colonia en la que vivo,  tiene un rostro que demuestra su calidez humana y sencillez, sus ojos verdes me recuerdan a los de mi mamá, sus manos están arrugadas y maltratadas, siempre usa en la cabeza una gorra azul (que desentona con su atuendo) porque a él le gusta vestir ropa “formal”, siempre anda de camisa, pantalón de vestir: café o negro y zapatos boleados; él dice que andar presentable y dar una buena impresión lo es “todo” y por eso trata de estar “aseado” para sus clientes.
Hace dos años, el señor David perdió a su esposa, quien murió a causa de cáncer en un pulmón, sus hijos y nietos no quisieron hacerse cargo de él y en un arranque de enojo e indiferencia lo mandaron  a vivir a un asilo. David descorazonado no soporto vivir sólo y en condiciones deplorables, puesto que en dicho asilo, lo maltrataban y no lo alimentaban bien; decidido, logró escapar y busco ayuda con un viejo amigo de la infancia; quien le consiguió un “trabajito” como carpintero, pero a los seis meses, le detectaron Parkinson y tuvo que dejar de trabajar.
Con una cara triste, en su bello rostro, David me cuenta que no quería ser una carga para su amigo y busco otras fuentes de trabajo, estuvo un mes ayudando a una señora a vender churros pero, la señora enfermo y dejó de trabajar; David después consiguió el bici taxi y le gustó andar transportando a las persona; y se nota; porque mientras vas a tu destino, te hace la plática de una manera tan plena y amena que enseguida se gana tu confianza, incluso yo le he platico  cosas de mi vida que no le platicaría a cualquiera.
Entristece aún más su rostro al recordar la muerte de su amigo y compañero hace apenas unas semanas, don David dice que nunca lo olvidara y que, después de su esposa, su querido amigo Roberto era “más que un amigo”, se volvió un “hermano”. Miré sus ojos, una lagrima se asomó, no quise seguir, le di las gracias y él se ofreció llevarme a mi casa, en el camino platicamos de cómo había cambiado la colonia y al llegar a mi edificio me lleno de bendiciones y yo lo llene de agradecimientos.    

 Arzate Ruiz Araceli.



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